lunes, 26 de febrero de 2007

¿Qué pasá con las sopresas?

Ayer, mientras estaba de paseo por El Junquito, comiendo chicharrón con pelos y morcillitas merideñas, me quedé estupefacta. Justo en frente de la redoma del pueblo, había una montaña de basura como de medio metro. Los gatos hurgaban, los perros casi nadaban entre kilos de restos de verduras y botellas de Polar Ice; la gente estacionaba sus carros cerca y ni siquiera se detenían a ver el paisaje inmundo que los rodeaba.
Entonces, me pregunté: ¿qué coño pasa que no se sorprenden? Yo sé que vivimos en una ciudad y en una capital bastante anárquicas, en la que los motorizados y los taxistas hacen lo que les da la gana y en la que los transeúntes (incluyéndome) son los primeros en cometer infracciones, coño, pero de allí a caminar entre cerros y cerros de basura sin ni siquiera bajar la mirada, hay, creo yo, un treeecho muuuy largo.
En fin, allí mientras conversaba con mi yo interior, decidí hacer un pequeñito trabajo de campo: decidí quedarme 15 minutos parada en esa redoma y contar cuántas de las personas que transitaban por la redoma dedicarían 2 segundos, 1 segundo, 10 munitos, para ver la cantidad de basura que había. Pues, el resultado fue, lamentablemente, el esperado. De 15 personas que pasaron, sólo 3 se detuvieron y se quejaron y murmuraron.
Entonces, vuelve mi yo interior a preguntarse: ¿qué coño pasá?, ¿por qué no nos sorprendemos?, ¿será que la sorpresa no existe?
No lo sé. No me atrevo a asegurar nada. Sólo les pido y me exijo a mi misma, alimentar nuestra curiosidad. No sólo como periodistas, sino cómo ciudadanos responsables y futuros guías de esta nación.

Adriana